miércoles, 4 de julio de 2012

HOUSE...THE END. ¿NADIE CAMBIA REALMENTE?


Merecía en este humilde blog un post, como en otras ocasiones, dedicado a una de las mejores series de todos los tiempos y que ha marcado un hito realmente difícil de superar. Tendría que remontarme a épocas pretéritas en las que hacer una referencia a una serie que marcó mi vida, como lo han hecho estas ocho temporadas de House y seguro que hoy en día me decepcionarían o caería el mito (suele pasar). Pese a no ser un gran consumidor de series y a pesar de la existencia de algunas que merecen estar en el podio, me he quedado huérfano los jueves por la noche. Cada encuentro con la mítica serie era de una celebración y una emoción insospechadas.

Ha caído un peso pesado y no será fácil generar un sustituto de altura que vuele durante 177 epsiodios con la misma coherencia narrativa, la creación del mejor personaje principal, tramas y guiones de un trabajo exquisito, lealtad en cada capítulo rallando la perfección de tempos, sin prostituir el núcleo central: el propio House,  y no llegar a aburrir jamás, al menos en mi caso. La serie no se ha traicionado a sí misma, si bien ha habido capítulos con mayor o menor intensidad. Pero siempre se ha generado alguna perla, alguna situación cómica inmejorable, algún detalle extravagante pero suficiente como para compensar un capítulo aparentemente gris.

Hugh Laurie ha hecho el papel de su vida, a pesar de mi escepticismo inicial a su interpretación, por las referencias con otras series como Escurço NegreLa Víbora Negra (con Rowan Atkinson al frente, y él como el alocado príncipe George) o películas como "Los amigos de Peter" o la infumable saga "Stuart Little", entre otras. Sisco me alertó de ello, y yo supe hacerle caso a tiempo. Nunca sabré como devolverle las horas de disfrute interior con las que he gozado hasta altas horas de la madrugada. A él le debo también mi pasión por Depeche Mode. Este fin de semana se lo agradeceré eternamente.

Volvamos al tema. Este médico genial, cínico, putero, sociópata, maquiavélico, narcisista, drogadicto y solitario junto con un equipo de actores lúcido (con sus más-menos), ha creado desde las escenas más surrealistas a las más emotivas que recuerde (ha conocido el amor desde su punto de vista, claro está, ha visto a colegas de profesión suicidarse, ha perdido en contadas ocasiones, ha ganado en la mayoría, ha sido secuestrado, disparado, apaleado e incluso ha estado en la cárcel).


El último capítulo habrá decepcionado a algunos. A mi no. No me esperaba fuegos artificiales ni cambios de 180 grados viscerales, ni nada por el estilo. Fiel a unas cualidades, House empezó en su día con un capítulo titulado "todo el mundo miente" para acabar con el último llamándose “todo el mundo muere”, pero en su debido tiempo y hasta que llegue el día, hay que aprovechar cada minuto como si fuera el último. Carpe Diem. Se cierra el círculo magistralmente, pero con un cambio importante. Uno de los leit-motiv de la serie era también que “nadie cambia”. La medicina, sus puzzles preferidos en cada capítulo a través de sus sonados diagnósticos, han sido el eje central de la vida de House. Pero él puede finalmente cambiar, ser capaz de dejar todo atrás y disfrutar de la vida, o al menos a esa conclusión llega después de razonar junto a su subconsciente, que adquiere la forma de personajes míticos de la serie, justo en el momento en que se debate interiormente de si debe o no vivir. Contradictorio, sí, pero ese es el mayor giro; negarse a si mismo en una afirmación que ha usado como lema de su vida y reflejado en toda la serie a través de sus dardos envenados a compañeros de trabajo y pacientes. Se trata pues de una reflexión sobre su propia naturaleza desde las raíces más profundas de su percepción. El resto de la trama, puede tener obviedades, deslices, resoluciones impuestas e inmediatas, pero el trasfondo es genuino e indiscutiblemente atractivo.

La serie acaba acompañada de una banda sonora que incita en todo momento a disfrutar el momento, mientras vemos a House y a Wilson en dos motos dispuestos a pasar juntos los mejores cinco meses de su vida, a tenor de la enfermedad terminal del oncólogo y de la intención de nuevo encarcelamiento de Gregory House por una “travesura” en el hospital.

La muerte no es un enigma guay


Y así termina el Sherlock Holmes médico, el elenco de frases lapidarias y las jugarretas de su protagonista, el abuso de sustancias, los enfrentamientos con su equipo y pacientes, las investigaciones externas en casa de los mismos, el psiquiátrico, la estancia en la cárcel, los paseos de grupo por el Princeton Plainsboro. Se acabó. Pero con buen sabor de boca hasta el último segundo. Y sí, una temporada más hubiera sido demasiado y posiblemente habría lastrado su creatividad e ingenio. De ahí que su final haya escogido también un buen final. Gracias House por estos años de regocijo catódico.