jueves, 6 de septiembre de 2007

O COMO APUNTARSE A UN GIMNASIO Y NO MORIR EN EL INTENTO

Estoy decidido. En breve me apuntaré a un gimnasio. Tal vez no he tenido el suficiente escarmiento con inscribirme al Club Natació Sabadell en el mes de noviembre del año pasado y hasta el mes de mayo del presente, haber ido solo una vez y pagar, eso sí, puntualmente las cuotas cual accionista en bolsa. Esta vez va a ser diferente. Tras unos meses de inactividad en los que he practicado con éxito deportes mayoritarios como el tumbing por culpa de artículos como éste, en el que afirman que: «El estrés se elimina relajándose, que consiste en no hacer nada, salvo tumbarse en el sofá o la cama unos minutos y evocar recuerdos de situaciones que en el pasado nos produjeron sensaciones de paz y bienestar». Muchas gracias señor Cano Vindel, pero haré caso omiso a sus recomendaciones. Tal vez vuelva a la inactividad en poco tiempo, ya que como dice la canción: Nada es para siempre. Pero, dado que mi propósito escapa de la musculación obsesiva y del esfuerzo sin medida, nos pondremos un poco las pilas en este aspecto. Además es posible que en un escaso margen de tiempo inicie una nueva temporada en la liga de baloncesto. Asi que, tengan confianza en mí y si no lo consigo siempre podré culpar al personal trainer de su escasa motivación hacia mi cuerpo serrano.

LOS TRES HIJOS Y LA HERENCIA

Una historia de Etiopía habla de un anciano que, en su lecho de muerte, llamó a sus tres hijos y les dijo:

- No puedo dividir en tres lo que poseo. Eso dejaría muy pocos bienes a cada uno de vosotros. He decidido dar todo lo que tengo, como herencia, al que se muestre más hábil, más inteligente, más astuto, más sagaz. Dicho de otra forma, a mi mejor hijo. He dejado encima de la mesa una moneda para cada uno de vosotros. Tomadla. El que compre con esa moneda algo con lo que llenar la casa se quedará con todo.

Se fueron. El primer hijo compró paja, pero solo consiguió llenar la casa hasta la mitad. El segundo hijo compró sacos de pluma, pero no consiguió llenar la casa mucho mas que el anterior. El tercer hijo -que consiguió la herencia- solo compró un pequeño objeto. Era una vela. Esperó hasta la noche, encendió la vela y llenó la casa de luz.