Siento mis pies de barro andar por un estrecho sendero, con los ojos vendados, sin apenas bostezar ni con la capacidad despierta de encontrar un atajo a mirada descubierta en el que poder refugiarme. Hoy tal vez como adulto sabré
multiplicar enteros con creces pero quiero volver a aprender a sumar
fracciones como
un niño patoso; apreciar la misma emoción que experimenté entonces, los
mismos
tropiezos lamentables custodiados por las mismas ilusiones crecientes.
Quiero
sentir; sí, sentir, la emoción del paso en corto frente al devenir
insulso de
una carrera endiablada a empujones, que aún sabiendo que no conduce a ninguna parte, logra alejarme de mi propia esencia y del faro que me ofrece sus intermitencias de luz
tan
deseadas. Quiero respirar pausadamente y no atragantarme con bocanadas
de aire
indigestas a cualquier precio de tarifa. Desearía por fin atrapar en mi
puño a
ese reloj maldito que martillea hoy mis horas sesgando cualquier atisbo
de tregua y estrujando mi salud maltrecha para obtener un jugo jamás
merecido y sin devoluciones. Debo aprender a plantear con descaro el
no inmediato a pesar de la necesidad del sí esclavo. Hoy termino
exhausto, con las alarmas parpadeantes, puestas en pie de guerra, con la
mirada inclinada, el aliento extinguido
y la sonrisa desencajada. Espero mañana dar un sólo do de pecho sin ofrecer el resto de notas que componen la melodía tediosa
que últimamente dirijo con batuta inexperta. Regresar con aires renovados o morir
con ventoleras viciadas. Decisiones a la vista. Pero volver, volveré. Gracias a ti.
jueves, 21 de febrero de 2013
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