"El objeto
adquiere un carácter más gráfico y en muchos casos pierde su esencia, aunque
sigue siendo reconocible."
Chema Madoz es uno de los creadores más destacados de
la fotografía española contemporánea. En su obra, cercana a la poesía visual,
muestra una constante inclinación hacia lo simbólico, con imágenes
caracterizadas por un sutil juego de paradojas y metáforas que le llevan a
crear un mundo propio, imaginativo y reflexivo.
A través de sus creaciones, a menudo impregnadas de una delicada ironía, Madoz cuestiona la realidad e invita al espectador a la observación y la reflexión, a descubrir la poesía escondida en los objetos más comunes sometiéndolos a ligeras transformaciones y alterando su función, el contexto y el uso habituales. Madoz parece invitarnos a escuchar el secreto diálogo que las cosas mantienen a nuestras espaldas. Como si sólo él tuviera el oído suficientemente fino como para captar esas risas juguetonas que los útiles nos dirigen a diario. Tras haber visitado una exposición de Chema Madoz o de cerrar uno de sus libros, nos dormimos como lo hacen los niños: con la sospecha de que en cuanto cerremos los ojos las cosas comenzarán su fin de semana.
A través de sus creaciones, a menudo impregnadas de una delicada ironía, Madoz cuestiona la realidad e invita al espectador a la observación y la reflexión, a descubrir la poesía escondida en los objetos más comunes sometiéndolos a ligeras transformaciones y alterando su función, el contexto y el uso habituales. Madoz parece invitarnos a escuchar el secreto diálogo que las cosas mantienen a nuestras espaldas. Como si sólo él tuviera el oído suficientemente fino como para captar esas risas juguetonas que los útiles nos dirigen a diario. Tras haber visitado una exposición de Chema Madoz o de cerrar uno de sus libros, nos dormimos como lo hacen los niños: con la sospecha de que en cuanto cerremos los ojos las cosas comenzarán su fin de semana.
Con la práctica del científico, el arte de Madoz
comparte otro rasgo: su gusto casi obsesivo por la precisión. Una obsesión que
se manifiesta en la milimétrica exactitud que destilan sus fotografías, en la
simetría de sus encuadres, en su limpio y delicado uso de la luz. Como si se
hubiera querido conjurar el desorden de lo real, en el mundo de objetos
secretos de Madoz reina la armonía. Precisamente por eso sabemos que nos
hallamos en un mundo de objetos (aún) imposibles: son demasiado puros para
soportar la sucia realidad.
Poeta de la imagen, Madoz se vale del soporte
fotográfico para redefinir su relación con el entorno inmediato. Su obra se
centra en la presencia insólita de los objetos que selecciona y dispone en
escenarios íntimos, construidos por él mismo, y que fotografía en blanco y
negro; consigue así extraerles un aliento poético que hace que, por corrientes
y humildes que sean, se puedan abrir a nuevas y múltiples lecturas.
En su constante trabajo con los objetos, Madoz adopta
diversas modalidades: el objeto encontrado sin alterar, el objeto manipulado o
aquél que él mismo inventa y construye en su taller. Siempre a vueltas con los
objetos, los metamorfosea buscando sus diferentes combinaciones, sus relaciones
escondidas a primera vista, y juega con las percepciones de quien observa sus
imágenes indagando en las trampas de la visión.
Madoz trata de hacer cambios sutiles en las
cosas, añadiendo y restando, a fin de crear esa extrañeza que sentimos ante sus
fotografías. Extrañeza y familiaridad son dos características de su trabajo.
Extrañeza porque sus obras, en un primer vistazo, nos chocan y sorprenden – los
títulos no existen, no nos dan ninguna pista a la hora de interpretarlas – y
familiaridad porque reconocemos al momento sus guiños y, al descubrirlos, una
sonrisa ilumina nuestra mirada. Enseguida nos reconciliamos con su visión. Nos
sentimos cómplices, partícipes de un descubrimiento común, pues si bien el
artista es el primero en desvelarnos esa nueva relación, significado,
semejanza, también nos invita a hacer ese descubrimiento por nosotros mismos.
Quiere hacernos cómplices de sus hallazgos, de ahí que se niegue a
orientar nuestra mirada titulando sus obras con descripciones que pudieran
coartar nuestra percepción y, en definitiva, a imponernos sus ideas. Gracias, Chema.