Ayer
aprendí que trasciende más un eco suave que una voz impuesta a grito pelado, que
es más determinante un trazo firme que un matiz prorrogado y que un instante
fugaz se intercala bien entre las eternidades y los silencios.
Ayer aprendí que puedes clavarte en medio del alma la aguja del pajar si acomodas bien tu esencia, que el complemento circunstancial es tan importante como el sujeto y predicado, y que hay átomos que no exigen microscopios para ser aumentados pues prefieren no ser vistos.
Ayer aprendí que un simple silencio exhibe el mejor de los discursos sin auditorios, que las notas de la canción que todavía no he escuchado serán maravillosas y que un baño de agua fría puede ser el más tórrido si abres bien los poros de tu piel.
Ayer aprendí que puedo olvidar la letra de una canción pero jamás dejar de tararearla a mí manera, que existen ángeles con alas de plata que tejen un camino sin apenas lumbre y que existen emociones pequeñas que emiten señales en frecuencias reservadas, no aptas para todos los públicos.
Ayer aprendí que no hay cama pequeña sino habitaciones demasiado grandes, que las apariencias minúsculas suelen hacerse mayúsculas si no las perdemos de vista pronto y que no hay mejor batuta afinada que la de una buena orquesta sin partitura, que opere en clave de sol y no de sombra.
Ayer aprendí que el océano, en su inmensidad, parece tragarnos pero que nos mantiene a flote si evitamos los aspavientos, que el lastre suele ser un cúmulo de decisiones mal tomadas, pero que no por ello debemos acarrear con él de por vida y que el riesgo es intrínseco a la oportunidad, muy a pesar de las contradicciones de que estamos forjados.
Ayer aprendí que puedes clavarte en medio del alma la aguja del pajar si acomodas bien tu esencia, que el complemento circunstancial es tan importante como el sujeto y predicado, y que hay átomos que no exigen microscopios para ser aumentados pues prefieren no ser vistos.
Ayer aprendí que un simple silencio exhibe el mejor de los discursos sin auditorios, que las notas de la canción que todavía no he escuchado serán maravillosas y que un baño de agua fría puede ser el más tórrido si abres bien los poros de tu piel.
Ayer aprendí que puedo olvidar la letra de una canción pero jamás dejar de tararearla a mí manera, que existen ángeles con alas de plata que tejen un camino sin apenas lumbre y que existen emociones pequeñas que emiten señales en frecuencias reservadas, no aptas para todos los públicos.
Ayer aprendí que no hay cama pequeña sino habitaciones demasiado grandes, que las apariencias minúsculas suelen hacerse mayúsculas si no las perdemos de vista pronto y que no hay mejor batuta afinada que la de una buena orquesta sin partitura, que opere en clave de sol y no de sombra.
Ayer aprendí que el océano, en su inmensidad, parece tragarnos pero que nos mantiene a flote si evitamos los aspavientos, que el lastre suele ser un cúmulo de decisiones mal tomadas, pero que no por ello debemos acarrear con él de por vida y que el riesgo es intrínseco a la oportunidad, muy a pesar de las contradicciones de que estamos forjados.
Ayer
aprendí…que todavía me quedan muchas cosas por aprender mañana. Hoy, si me
disculpan, prefiero vivirlas.