Estos días de julio previos a la escapada física
y mental de nuestros quehaceres diarios, se plantean oportunidades que no hay
que dejar escapar. Adoro rencontrarme en estas fechas estivales con grandes
películas y libros que inunden cada una de mis emociones sin dejarme con un ápice
de insatisfacción. Siempre me ha perseguido una idea obsesiva al respecto: con
la finitud de nuestro reloj biológico, con el temor de que la vida da muchas
vueltas y la última nunca acaba bien, ¿cuántas páginas que no he descubierto todavía
marcarían el resto de mis días en caso de ser halladas?, ¿qué sonidos que jamás
he escuchado formarían la banda sonora de mi tiempo finito? y ¿qué películas
que todavía no he visionado colmarían, en caso de ser descubiertas, mi
sensación de estar conectado a la vida?. No pretendo que entiendan las
dimensiones de mi pánico, dado que siempre he tenido la certeza de que las
cosas no se buscan sino que ellas se encargan de encontrarte a ti. Nunca he
comprado un libro, escuchado un disco o visionado una película que haya sentido especiales gracias a mi intuición; tengo la firme certeza de que ellos siempre me han encontrado a mi. La paradoja del eterno buscador.
Dejando de lado estas convicciones que pueden
sonar ridículas o extremadamente exageradas a los que estáis ahora mismo detrás
del cristal líquido, pero que conforman una confesión pública sin reparos amparada por
el anonimato de mi perfil, alertar que con Diario de Invierno de Paul Auster he
cubierto con creces esa expectativa y ese placer de la búsqueda bien hallada.
Lo mismo me sucedió con una película pequeña pero
enorme que visioné el otro día. Se trata de la novela gráfica de Paco Roca, adaptada
a cinematografía por Ignacio Ferreras, llamada “Arrugas”. No se trata de una cinta nueva; jamás me ha
importado no ver últimos estrenos. Raramente lo hago; prefiero recuperar esas
joyas cuando el ruido de fondo desaparece por completo. Arrugas (2011) es tal vez una de las mejores películas de animación
española 2D para adultos que he visto hasta la fecha. No se trata de uno de mis
géneros preferidos, pero no por ello abandono su aviso cuando se presenta.
Además en esta cinta la magia está en el hecho de ser precisamente de animación; de otro
modo pasaría lamentablemente inadvertida.
La película, artesanal hasta la médula, lúcida, clara y con
marcado tempo y tono, transcurre en una residencia de ancianos, a la que
ingresa su protagonista, ex director de una agencia bancaria con ya avanzados
síntomas de alzheimer. Se trata de un retrato tapizado de humor sin
caricaturas, pero su agria cotidianeidad y realidad plasmada generan un cuadro
que golpea en cada fotograma. No esperen sensiblería gratuita: no hay imagen,
diálogo o hecho que no esté justificado. La soledad, el desamparo y la amistad
son valores que fluyen detrás de cada experiencia vivida por los protagonistas
acompañados de un guión magistral, de una banda sonora encomiable y de un trazo
perfecto y sin titubeos. La propia realidad de los protagonistas es la que se
encarga de recrudecer sus días en ese submundo en el que, casi en primera
persona, nos dejan participar desde el principio, con un acierto extraordinario
y entrañable. Imposible no conmoverse y lidiar en la barrera entre la sonrisa y la
lágrima, siempre frente a la feroz radiografía de la pérdida del yo.
Historias cruzadas pero bajo un mismo denominador
común irreversible que convergen en una trama cruda, pero necesaria para
nuestra ceguera ya de por sí habitual. Hay imágenes para no olvidar, detalles que se tatúan
en la retina y que no desmenuzaré aquí, pero que crean un halo estremecedor. Es una obra con alma, tratada con la mayor de las ternuras pero
que no empuja hacia la voluntad férrea de crear lástima. Se trata de un fiel
reflejo de nuestra sociedad que olvida y sustituye, bajo su obsolescencia programada, acerca de la lacra de una enfermedad sin sentimiento que plantea,
sin pretenderlo, reflexiones jamás cortoplacistas porque recuerden que el
tiempo es efímero y todos algún día, con suerte, también seremos mayores frente
a un espejo revelador, silencioso y autista. Si ves Arrugas, no la olvidarás jamás.