A menudo oímos hablar del síndrome de Diógenes, que como tal, es un desorden del comportamiento que normalmente afecta a personas de avanzada edad que viven solas. Se caracteriza por el total abandono personal y social, además del aislamiento voluntario en su propio hogar, acompañándose en muchos casos de la acumulación en él de grandes cantidades de dinero o de desperdicios domésticos. Hemos visto muchos casos de este síndrome en la televisión, la mayor de las veces de forma no muy adecuada, a excepción de programas como Callejeros en Cuatro.
Fue en los años 60 cuando se realizó el primer estudio de dicho patrón de conducta, bautizándolo en 1975 como síndrome de Diógenes, en referencia a Diógenes de Sinope, filósofo griego que adoptó y promulgó hasta el extremo los ideales de privación e independencia de las necesidades materiales (el cinismo). Po ell fue más conocido por el sobrenombre de “el Cínico” ya que difundió las ideas de Antístenes, fundador de la escuela de los cínicos.
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Diógenes fue una persona que vivió de acuerdo a sus ideas, privándose de bienes materiales y dando ejemplo de austeridad y rectitud. A pesar de ello, el término cinismo lo asociamos hoy a una actitud falsa. Además se le atribuye una leyenda que cuenta que cuando Alejandro Magno fue a visitarle, atraído por su fama, y le dijo que le pidiese todo lo que deseara, sólo le pidió que se apartase y le dejara disfrutar del sol, ya que le estaba haciendo sombra. A pesar de esta austeridad, su nombre siempre se ha asociado a un síndrome que representa precisamente lo contrario: acumulación desordenada y compulsiva de objetos innecesarios, lo cual en cualquier caso podría derivar en una injusta paradoja.
Los hábitos de Diógenes eran más bien peculiares. Su comida era sencilla. Dormía en la calle o bajo algún pórtico y mostraba su desprecio por las normas sociales comiendo carne cruda, haciendo sus necesidades fisiológicas, manteniendo relaciones sexuales en la vía pública, y escribiendo a favor del incesto y el canibalismo. Todo un personaje.