Delante incluso del último
ascenso difícil logrado, suele aparecer una cima que se nos presupone imposible. ¿Pero
lo es? ¿Llegamos acaso a un punto que nos permita sentenciar esa impronta con
tan solo visualizarla y sin penetrar en ella? ¿Lo hemos dado quizás todo? Discúlpame, pecaré
de optimismo (o ingenuidad), pero no lo creo. El éxito obtenido de las primeras cimas (o
porque no, sus fracasos), puede debilitar o fortalecer los siguientes pasos, qui lo sa, o incluso hacernos aborrecer el
alpinismo en se y per se. Si es así, bájate
del siguiente peldaño. No sigas subiendo. ¿Para qué? Estarás agotado… Ahora
bien, de no ser así, sigue leyendo. Sigue creyendo. Si es necesario, prometo no usar más expresiones en latín.
Es bien cierto que un elogio mal
calculado puede echarnos confetti a los ojos y vedar una mirada sutil que era ineludible
para imaginar una nueva andadura, pero la falta del mismo podría presentarse también
como una ausencia de refugios donde detenerse y recobrar fuerzas. No somos
incansables máquinas de acero. Y nuestros huesos ya no son de goma. Nadie lo supuso.
Por ello necesitamos definir más que nunca los qués, los dóndes, los cuándos y los cómos antes de
reiniciar, sin más, los conocidos contadores de kilómetros por hora. Y sabes
que quiero hacerlo. Que no los temo. No me duelen las piernas, ni el esófago ni
tan solo el estómago cuando reviento mis energías y las desplomo al vacío sin
esperar nada a cambio. O tal vez sí que espero algo. Espero poder compartirlo
todo, por fin, sin miedos trasnochados o silencios vacuos. ¡Ahh…ya sabes cómo los detesto (por igual)
! Estoy dispuesto y disponible a abrirme en canal, con las vísceras al aire, sin anestesia global. Y mucho
menos local. Créeme. Créelo.
Pretendo que nos duela el dolor de aprender
lo que no está todavía escrito, sin estar invadidos de antemano por razones
precalentadas o basadas en descongeladas experiencias de microondas a potencia máxima. ¿Pero
que no nos duela el no haberlo intentado todo?. Eso me pondría (pone) enfermo.
Es posible que haya que romper moldes y extralimitarnos para darle sentido y
significado a los acontecimientos venideros. De acuerdo. Y para ello, habrá que
arriesgar(nos) como nunca lo hemos hecho y coser(nos) el cartel sin comillas de vulnerables en
nuestro pecho sin alertar a destiempo el vago anuncio de un reproche o de un rechazo. ¿Acaso
eso importa? Prefiero arriesgar sin callarme y sin tener que procurarnos, cómodos, en la burbuja de jabón sinsentido, que espera ansiosa ser pinchada incluso por los
mismos que la mueblan en un ikea de oportunidades lowcost. No estamos solos. ¡Qué coño vamos a estarlo! Y hemos
andado mucho. ¡Vaya si lo hemos hecho! No hay más que echar la vista atrás y
revisar el álbum de fotos. El de cada uno y el común. Hemos crecido, nos hemos
arrugado y hemos viajado dentro de nuestros propios miedos o al menos a sus
capitales más importantes … ¿Que esperábamos? ¿No cambiar nada con ello? No se
trata de eso. El amor incondicional tratará en todo caso de vencer a los viejos fantasmas,
aquellos que recobran sus voces cavernosas cuando intuyen pavor o anclajes.
Ellos te recuerdan una y otra vez que una vez fuiste débil y sucumbiste. Pero
yo creo en el amor y le pido un deseo. ¿Un deseo? Sí. Que esos fantasmas mueran de viejos o de un
susto (su propia medicina), o incluso de ambas cosas. ¿Por qué no? ¿Por altura,
frío o desazón? No hay mejor estufa cuando desnudamos nuestros límites que la
propia de un abrazo alentador. Y hoy lo necesito sin que me de aprensión usar ese verbo recién horneado en nuestro idioma:
necesito. Te necesito. Y en un presente de indicativo dispuesto a conjugarse.
Porque alimentar nuestros anhelos
en el campamento base no nos satisface a ninguno y regodearnos de los éxitos
del pasado, incluso de los más recientes, no provocaría nada nuevo en adelante.
Lo hará el superar, a dos voces, el riesgo a fallecer en la antesala de un cambio, como quien
se sienta en la consulta de un dentista y vence sus miedos, sin salir
despavorido, por el imaginario capaz de levantar a un muerto, cuando se oye el
terrible ruido de sus aparatos infernales, atravesando los diplomas de las paredes. Lo hará el recuperar el amor propio en
brazos ajenos. Los tuyos. Lo hará el compartir la fruta prohibida, aunque sea fuera de temporada y nos expulsen del paraiso por ir terriblemente desnudos. Lo hará el dejarse romper sin miedo a tener razón. O a despojarnos antes de ella. Me conoces y te conozco. Por eso, si tú vas,
yo voy. No sólo eso: igualo la apuesta y la subo. Apostemos.
Y hablo por ti. Y hablo por mí.
Porque soy dos.
Porque soy tú.
Porque
soy yo.