Un regreso, un nuevo retorno. Pero jamás volvemos iguales. Si hemos disfrutado de unos días de descanso, sin haber
apenas reposado, y hemos conseguido mutar de piel, relajar nuestras viejas
costumbres ancladas en denostadas querencias habituales, habremos dado un paso hacia
adelante con un punto de anclaje que no conlleva retorno posible. Nada estará
como lo dejamos. Parte de mi no está hoy conmigo. Está con quién he compartido
mis momentos, mis alegrías, mis elucubraciones, mis llantos, mis pasiones desatadas, mis días con sus noches, mis
abrazos, mis deseos y mis promesas. Está contigo a partir de hoy.
Hemos vuelto, con las energías
transformadas, tal vez no renovadas, porque los aterrizajes forzosos conllevan
el desgaste propio del logro de haber mudado de aires. He disfrutado del
silencio como jamás lo había hecho, de mis pasiones como jamás lo hubiera
imaginado y de mis sueños como jamás lo hubiera idealizado. Nada es casual y todo es aparentemente fortuito.
Ahora toca remontar y retomar nuestro
quehacer diario, que no es poco con la que está cayendo, recuperar el control
de las emociones y procesar las experiencias vividas. Me inmoviliza, estos días
de etiquetada depresión postvacacional, rememorar, sin tasas, esos instantes de
felicidad, enumerarlos y sentirlos a flor de piel como si estuvieran pasando
hoy mismo, en este instante. Cerrar los ojos y recordar los colores, los
olores, las formas y el tacto de aquello que nos ha atropellado estos días sin aparente
reloj de arena.
Salás de Pallars. Después de la tempestad de un jueves, llega la magia. Una señal.
No es tiempo de promesas sino de
propósitos, de ganar perspectiva, de tomar decisiones y dibujar con ellas nuestro
mapa de opciones. Si estos días grises de encaje obligado conseguimos desprendernos del polvo acumulado, en pequeñas
dosis, conseguiremos algo más que una simple vuelta al cole.
Bienvenidos de nuevo. Se os
echaba de menos...