Cuando nuestro cuerpo no termina sólo
en la piel, cuando nuestros sueños, hábiles, escapan de la mente que todo lo inspecciona,
es cuando conseguimos sentirnos lo suficientemente vivaces como para seguir
apostando, a ciegas, en esta ruleta rusa que es nuestro devenir diario. ¿Cuál
es el porvenir de la diferencia?, ¿cuál el secreto del que procede el manantial
de la creatividad que nos ocupa?. No lo sé ni me importa. Quiero dibujar mi
cielo particular y pintarlo del color que me plazca, sin cánones ni
costumbrismos. Leía en un blog amigo que la voluntad es evitar lo inevitable y
convertir lo evitable en inexistente. Implacable máxima que emana de una
sabiduría subyacente.
Hoy quiero dejar de lado esa voluntad férrea que todo lo consigue con la factura del desagravio; poseer la fuente de la virtud, beber de ella hasta saciarme y creer que el desierto nunca es suficiente para erosionarme. Porque hoy existo y mañana no lo sé. Quiero cambiar de mirada para poder ver, cambiar de sufrimiento para poder sentir, cambiar de aires para poder mitigar la asfixia de uno mismo y dejarme sorprender por los acontecimientos venideros. Sin más. No por menos. Sólo así alcanzaré el clímax, sentiré el amor de amar, la codicia de compartir y el afán de crear instantes únicos e inesperados con quién diseño mis ilusiones largoplacistas. La realidad se encargará con su vacua infertilidad de someterme a sus cadenas de silogismos y resquebrajar mi mapa vital. No lo conseguirá. Al menos hoy, porque el mañana todavía no existe.
Hoy quiero dejar de lado esa voluntad férrea que todo lo consigue con la factura del desagravio; poseer la fuente de la virtud, beber de ella hasta saciarme y creer que el desierto nunca es suficiente para erosionarme. Porque hoy existo y mañana no lo sé. Quiero cambiar de mirada para poder ver, cambiar de sufrimiento para poder sentir, cambiar de aires para poder mitigar la asfixia de uno mismo y dejarme sorprender por los acontecimientos venideros. Sin más. No por menos. Sólo así alcanzaré el clímax, sentiré el amor de amar, la codicia de compartir y el afán de crear instantes únicos e inesperados con quién diseño mis ilusiones largoplacistas. La realidad se encargará con su vacua infertilidad de someterme a sus cadenas de silogismos y resquebrajar mi mapa vital. No lo conseguirá. Al menos hoy, porque el mañana todavía no existe.