domingo, 1 de diciembre de 2013

(¿RENUNCIAR?)




"Era muy temprano por la mañana, las calles estaban limpias y vacías, yo iba a la estación. Al verificar la hora de mi reloj con la del reloj de una torre, vi que era mucho más tarde de lo que yo creía. Tenía que darme mucha prisa; el sobresalto que produjo este descubrimiento me hizo perder la tranquilidad, no me orientaba todavía muy bien en aquella ciudad. Felizmente, había un policía en las cercanías; fui hacia él y le pregunté, sin aliento, cuál era el camino. Sonrió y dijo:

-¿Por mí quieres conocer el camino?

-Sí –dije-, ya que no puedo hallarlo por mí mismo.

-Renuncia, renuncia -dijo, y se volvió con gran ímpetu, como las gentes que quieren quedarse a solas con su risa."



Esta historia de Franz Kafka, con la que coincidí recientemente, me traslada en el tiempo a una escena no poco habitual que se daba entre los estudiantes de la asignatura de álgebra, en la que yo me encontraba presente, como un alumno más en el aula. En las ocasiones que tenía una tutoría concertada con el profesor de la asignatura, a finales de semana, y ante la sutil pregunta de cómo se solucionaba un problema en concreto, no sin antes presentárselo con el mejor de los adelantos y con estudiadas miradas de derrota, éste sentenciaba sin pestañear: “cuando un problema goza de solución, éste ya deja de ser un problema” y antes que pudieras replicarle un  “sí…ya, pero”, justo después del “si” y mucho antes del “ya, pero”, veías lucir su ancha espalda y su incipiente calva como se alejaba unos cuantos metros de ti, sin titubeos ni pasos atrás de renuncia al dictamen. Y ante el estupor que provocaba siempre esta escena de huida sin preaviso, aprendí a intuir que muy probablemente mientras se alejaba no podía sino sentir la satisfacción del deber cumplido.