miércoles, 4 de septiembre de 2013

ENTRE SORPRESAS Y SONRISAS



¿De qué creemos despedirnos cuando aterrizamos de nuevo en los trajes hechos a medida y avistamos el acoso de las agendas encorsetadas? ¿Alguien cree que se retoman las mismas casillas de salida cuando se reinicia el contador de los días grises tras un supuesto retorno a las obligaciones?. ¿Así, sin más?. Nunca lo he considerado porque nunca nada vuelve a ser lo mismo. De no ser así, algo se extravió en el viaje que iniciamos; algo se perdió en cada rincón que debía atraparnos o que debía sorprendernos. Y es que siempre, aunque en su detalle más minúsculo, algo nos restituye en las luces y nos moja en las sombras. ¿O era al revés?. En fin, hemos cambiado, claro que sí. Hemos sumado nuevas notas, agudas y graves, en nuestras revisadas bandas sonoras y ya casi nada suena igual a partir del momento en que cruzamos la frontera hacia las presuntas rutinas teñidas de asfalto.

Desperté un día con una sentencia de Baudelaire que domó mis destinos. “Quien no sabe estar solo en una multitud, no sabrá tampoco estar acompañado en la soledad”. Me despojé de los instintos de razón para atrapar instantes de locura. Mi bien amada locura. Sólo ella agita nuestras miradas del atino perverso y cuando estalla, sin cuenta regresiva, nos devuelve las emociones más penetrantes e incisivas. Jamás con previo aviso ni antelaciones guionizadas, puesto que nadie traza las letras de la canción ni compone ya sus estridencias mejor que una sabia locura sin camisas de fuerza. Se ajustan ellas mismas, sin ayuda alguna, al compás del diapasón de un minuto de silencio compartido, de unas horas de conversación de labios inquietos, de unos días de sol y sudores tatuados en la piel y de unos lustros de insomnio voraz atrapado en las pasiones y deseos más inconfesables.

Muté de piel para fusionarla, compartí sonrisas y lágrimas con miradas en línea, abracé mis pasiones de latidos frenéticos con la interrupción de un reloj travieso, pellizqué esencias al borde de un ataque de ímpetus y mordí mis labios partidos para encontrar fragancias y suspiros en rincones sin nombre, dispuestos a ser bautizados o a no serlos, porque nos confesaron suavemente al oído que no lo necesitaban. Sus retinas ya nos recordaban para siempre tan solo empezaron a intuir nuestros pasos.

¡Y queda tanto por descubrir todavía!. En cada abrazo, experiencia, mirada, deseo, llanto, sonrisa, silencio… existe mucho camino por recorrer. Sólo debemos asentar un pequeño vestigio, una señal sincera, un pedazo de nosotros mismos en cada uno de ellos cuando nos visiten, para recordarlos, para sentirlos, para saberlos y aprenderlos. Porque cada uno de los instantes que han parecido atropellarnos, ya habían escrito sus destinos en nuestros diarios más íntimos.

Jamás vuelvo con las pilas cargadas, con las energías renovadas o con los aires mudados. No sé hacerlo y ya me acostumbré a ello. Llegué con las mordeduras, cicatrices, pellizcos, picaduras, agujetas y esguinces del haber vivido en primera persona del singular pero también del plural. Gracias a ti, gracias a nosotros. Un día de regresos afirmé nada es casual y todo es aparentemente fortuito. Sigo creyendo en ello a pies juntillas. Eso sí, siempre descalzos, siempre desnudos, para sentir los pinchazos del instante en la piel. Y es que nunca las prisas fueron buenas, pues atolondradas, adormecen los pasos. Y hay que seguir andando hacia adelante, con la cautela, el aplomo, la valentía, la tenacidad y la constancia porque lo mejor...lo mejor está por venir... Hagámoslo juntos.

Bienvenidos a Escudella Urbana.

Mephisto.