Llegó el momento de tomarse un
respiro, de retomar alientos, de detener el tiempo atroz y jugar con él, en la
medida de lo posible, o al menos de creérselo. Acabamos maltrechos, con el
cuerpo lleno de hollín, con la sonrisa desencajada por las vertiginosas curvas
que predecíamos y por velocidades puestas a prueba, que han jugado en ocasiones
contra el propio manual del atino. Tomaremos un descanso,
nunca sabemos si merecido o no, pero en cualquier caso necesario, para tomar
las riendas de un año lleno de todo y vacío de nada. Un año impredecible, lleno de curvas y no por ello menos apasionante.
Nos desharemos de las rutinas y
de los quiebros de reloj, evitaremos las colas porque buscaremos sitios ajenos
al ruido, quemaremos nuestras pieles al sol y las mojaremos
con el resplandor de la luna, porque de nada sirve ya el atropello si no nos
detenemos en el detalle, que suele atraparnos cuando conseguimos reducir los
fotogramas por segundo de nuestra mirada, aunque suela incomodar al resto.
De la crisis que aún se palpa y
que nos dará más de un quebradero de cabeza en adelante, me quedo con su antítesis:
porque mi deseo sigue siendo vivir por encima
de mis posibilidades, con la pasión de la inocencia y del descubrirlo todo como si fuera la primera vez. Si lo hacemos, a pesar del riesgo, a pesar de la
fricción con nuestros propios límites, del desgarro provocador del desconcierto, acariciaremos sensaciones únicas y vestiremos
cada uno de nuestros días, exentos de la responsabilidad de un reloj martilleante, con el abanico intacto de las
emociones vivas y sinceras, a pesar de sentirnos extenuados o ahogados por el polvo que levantamos al andar, sobretodo cuando lo hacemos deprisa. Hemos navegado mucho, con y sin brújula,
pero todavía nos queda mucho océano por nadar y nadie debe derrocar nuestras
opciones, porque las hay y son formidables, si las llevamos a nuestra esencia y las
cuidamos con esmero.
El mundo no se acabó cuando se
predijo; el mundo se acaba cada día para quien quiere cerciorarse de que la
puerta de sus experiencias vitales está ya de vacaciones indefinidas. Lucharemos para
sobrevivir, para respirar aire fresco, para perder con dignidad y para ganar sin aspavientos. No nos debe
vencer la nostalgia, y si lo consigue, que sea siempre porque lo que nos aconteció estuvo lleno de
grandezas y porque no, también de debilidades. Ambas nos han permitido crecer este año,
y lo harán en adelante si somos fuertes y nuestra convicción es mucho mayor que
nuestros propios miedos. Equilibrar la balanza es nuestra responsabilidad y la llave de nuestro control. Y lo haremos porque no estamos solos.
Sabemos que a la vuelta, los que
debían poner los medios para que esta maldita vorágine vestida de crisis que
nuestras propias reglas, las transcritas y las toleradas, han permitido hasta
la fecha, seguirán sin hacer los deberes y que cada vez más, nuestro derecho a decidir y
nuestra autodeterminación deberá poner las cosas en su sitio. Ya no basta un golpe
de mesa de muchos silenciado y distraido por unos pocos, sino la expresa convicción que el eco de
ese golpe no muere en un hecho circunstancial, en un día de manifestación o en un intento fortuito de desacato, lanzado al vacío sin red alguna. Ya no basta
un sexto sentido de economistas que no predijeron nada y que ahora se nutren de sus
aciertos ante el foco, pero a toro pasado. Necesitamos un sexo sentido, (sí sexo y sí sentido) de opciones y caminos por recorrer, aunque sea desnudos y sin maquillaje, pero con la valentía y el aplomo. Nos lo tenemos que creer, remar en la dirección adecuada y pronto se tomarán
las decisiones apropiadas, a pesar de los poderes de facto. Necesitamos encauzar y no encausar, compartir y no competir, vivir historias y no histerias. Debemos hacerlo y lo
haremos, porque a pesar de que el cuerpo nos quiera llevar la contraria con sus
achaques sorpresa y sus giros huracanados, extirparemos nuestros miedos una vez
más y nos cargaremos la mochila de nuevas ideas, de nuevas experiencias, de
nuevos retos y de nuevas fuerzas. Nos reinventaremos una vez más, sonreiremos a
las adversidades y lloraremos, si es preciso,
cuando las emociones nos superen. Sabemos hacerlo. Ya lo hemos hecho.
Señoras y señores, llegamos a un
nuevo punto y aparte. Les ahorro más discursos de último día de colegio, no sin antes
advertirles que soy un tozudo. Sí, tozudo. Porque seguiré sin creer en los puntos
finales ya que, con empeño, suelen transformarse en puntos suspensivos, sólo si creemos en la
magia del instante. Y si no aparece y se resiste, la provocaremos. Así que me despido temporalmente de todos vosotros con unos
puntos suspensivos y un paréntesis de tiempo inexcusable para reciclarme.
Muchas novedades en adelante, proyectos e ideas que querré compartir, si coincidimos nuevamente en Escudella Urbana. Las
hay. Hasta entonces, un abrazo sincero que os permita siempre viajar a donde decidais. Está en vuestra mano. Fins aviat.
(Volveremos…)
Mephisto.