Hay
días que presagias la aplastante realidad abriéndose paso, como un fuego enloquecido y sin
control, del que no puedes escapar sin conquistar quemaduras de tercer grado. Salir
ileso constituye una utopía senil y descerebrada. Y lo sabes. Resulta del todo
imposible evaporarse sin pertenecer,
como una pieza de atrezzo desencajada, a la ruedecilla invisible de un ratón incesante, que
embate cíclicamente y sin temor alguno, cualquier esperanza vana de
aflojar velocidades y de permitirte el lujo, con sincera pleitesía, de bajarte en una estación próxima,
sin tener que saltar por la ventanilla, a destiempo, y como otras tantas veces lo hiciste: con
botiquines de urgencia a mano o curas milagrosas de rebotica. Aun a pesar de ausentarte de ti mismo,
de romperte la etiqueta de una piel recién estrenada, de ahuyentar con pavor el ruido
mundano y de protegerte del raciocinio futil, capaz de adormecer las
emociones hasta el punto de desconectarlas de sus raíces más profundas, promueves un paso hacia
adelante, sin perder del todo la cordura; aunque te parezca imposible atinar y dibujar
una línea coherente sin parecerle tremendamente discontínua incluso a tus propios zapatos.
Y cuanto más andas, más parece engullirte un fango que desconocías y su
toxicidad de agua estancada, dispersa todos tus propósitos más orgánicos. Y regodearse en
él como antes, ya no sirve de nada. Sus manchas dejaron de regenerar tu piel hace tiempo y
sientes que aunque la arruga te favorece, es más fácil negarla con descaro
insolente y juvenil. Adivinas que incluso a veces el mejor de los sueños soñados puede
convertirse en la peor de tus pesadillas esquivadas. Y lo peor de todo, a estas
alturas y con un vértigo atroz a las mismas, crees que ni un profundo pellizco
sería ya capaz de despertarte con un buenos días de desayuno en la cama. Te abrazas
a ti mismo y descubres como pesa la ropa aun estando desnudo a plena luz del
día. Besas la almohada solitario tratando de alumbrar, en vano, un instante por el que darías
la vida e incluso tu libertad más preciada. Tan sólo por adueñarte de un mísero segundo
del resto de tus veinticuatro horas, asentirías a ciegas al cambio de un soplo de autenticidad que permitiera abrirte los pulmones de par
en par, sin sentirte conectado a una máquina artificial de oxígeno enlatado.
Hoy
no requiero de vuelos de altas cumbres ni destinos exóticos
transoceánicos. Hoy
necesito piel sincera aunque magullada, sonrisas de esófago y tripa,
pálpitos auriculares y ventriculares, espasmos atisbados de
emociones sesgadas, orgasmos de plata sin guión ni cortes publicitarios, coces entusiasmadas
de almas indomables, arrebatos pasionales sin reloj de agujas yonkis,
guiños
forjados a palos de ciego y empujones brutalmente honestos, sin esperar nada a
cambio. Un sólo cruce de miradas
resabidas y experimentadas, sin recetas de herbolario ni operaciones biquini
endiabladas hacia quién coño sabe donde. Hoy necesito decir te necesito.
Hoy necesito decir te quiero, sin que me
tiemble el alma en cada huella dactilar. Hoy necesito magia de cerca sin gafas de
lejos, ni ases de poker marcados que asomen por las mangas. Hoy necesito abrazos
perros y besos de gato. Sólo así podré compartir mi luz más opaca y mi
oscuridad más luminosa con la tuya y
cruzar sus destellos más amargos contigo para bebérnoslos, sorbo a sorbo hasta
escurrirnos, como si fuera éste el mejor de los
vinos agrios. ¿Por qué no? Lo valemos, qué duda cabe. Soy imperfecto. Y brindo esta noche por ello.