Un día por casualidad me soplaste
que la clave para cualquier éxito era saber decir “basta”. Te hice caso. Y lo proyecté
ante mi más temido enemigo: un espejo. El peor de todos: el mío. Los detesto
tanto por una sola razón: saben tu verdad antes de que tú se la cuentes. Ni
falta les hace que les des los buenos días: con tan sólo asomarte a su marco, te
han escaneado analógicamente, y de un plumazo, desnudan tus emociones más recatadas.
Conocen más de ti que tú mismo. Te saben al dedillo. Prueba a mirarte un día
más de diez segundos en él, creyendo que le puedes esconder algo de antemano. Tu imagen temblará
si algo tiembla también en ti. Clic. ¿A que jode?. Lo siento, son así. Mostrarán
impávidos tus inseguridades, tus miedos, tus excusas, tus vanalidades, tus
silencios; te los escupirán a la cara e imperturbables,
te preguntarán por aquello que más temes: hasta cuándo quieres dejar tu vida en
espera. Una y otra vez. No se obstinarán demasiado en preguntarte el ¿y ahora
qué?; eso lo dejan en manos de la razón y la reflexión posteriores. De las
tuyas o las de los otros.
Pero cuidado con ese par de dos. A veces sobreactúan
como trileros que pretenden ocultarte su bolita llamada, pretenciosamente, “respuesta
segura” y lo harán con sus artimañas preferidas: justificaciones enraizadas o argumentos
enrevesados. Y si no existen, se los inventarán. Uno de los trileros estará a
tu lado, empujándote para que no te envalentones sin más. Les asusta que los
dejes atrás y arriesgues rápido entre tus pocas opciones bajo el argumento del
¿y si te sale mal?. Clic. O cuantas más expectativas generen en ti mejor: así, ante
el agobio y con suerte, abandonas pronto el cometido, te relajas, sacas tripica
y lo dejas para otro rato, que total, hoy tenías otras mil cosas absurdas con
que llenar tu agenda de prioridades. Recuerda siempre que dos de esos tres cubiletes
de la mesa no contienen nada y que tan sólo uno de ellos te ampara. O al menos
eso te hará creer. Las probabilidades de error son altas, que sí, pero si
pretendes el alivio de refugiarte en la suerte y atino por el hecho de que la
estadística jugó una vez a tu favor, estás perdido. Clic. Volverás como un
yonki a la casilla de salida a por más suerte una próxima vez y a lo mejor la
puerta de su tenderete ya estará echada para entonces. Y de forma indefinida. Sin
avisar. Y en aquel momento podrías asistir como espectador a la narración más cruda del
cuento más corto de la historia: “había una vez, pero ya no”.
¿Y como decirle basta a la
indefinición o a esas mismas definiciones que moldearon, a conciencia, tu zona
de confort más chic?. Uff, esa no es
tarea fácil. Nada que valga la pena y en lo que creas a pies juntillas lo es. Exige
apuesta, sacrificio, reinvención, riesgo. Aquel soñar, creer, crear, que suceda (y que
Dios nos coja confesados, añadiría). Clic. Y en aquel punto en que ya lo dabas
todo por hecho (o casi) vas y te das cuenta de que en realidad estaba todo por
hacer. Que ya no te sirve remendar para hoy lo que debieras haber cosido anteayer,
ni tampoco sacar lustre a última hora, con el “corre que nos pilla el toro”, a
unos zapatos viejos con los que solías pasear, pero que jamás te enseñaron a andar.
El movimiento se demuestra viajando, paso a paso, vale, pero si tienes clara qué
dirección tomar: arriesgarte a vivir una vida de cuento o a vivir una de verdad. La tuya y la de nadie más. Que el tiempo pasa y no mira atrás, o acaso, ¿va a ser que nos
van a sobrar días y al final los vamos a tener que regalar? Si es así, que nos
pille juntos, ¡leñe! y brindamos por ello, desnudos, junto al mar. Octogenários, con dos copas de cava llenas hasta
colmar, para emborracharnos a la brava de lo que hoy carecemos: tiempo suficiente para
derrochar.
Basta de seguir pagando cada mes
las letras de una jaula de cristal con techos de hormigón. Házlo aunque sea por
el amor incondicional a tu huella dactilar: que es única y por algo será. Clic.
Si te exiges algo más, si te pones a prueba: no te temas, tarde o temprano,
vencerás. Ya lo verás. No compitas con nadie más que tú mismo; porque así, a la gresca, no
computas en realidad. El amor no atiende al quien
da más. Da y si es, será. Así, natural y sin forzar. Confía en la vida, me dijo
un buen amigo. Intúyela, pero no la imagines sin hacer nada más por ella. Crea una
vida en directo y no en diferido o con malditos cortes de publicidad. Una vida sin patrocinios. Protagonízala
y que no te la cuenten los demás. Que sea de verdad y que sea además la tuya. Siempre en
libertad. Si es preciso echa mano a tu estuche de acuarelas y píntala de
inmediato, por si se pone terca, para plasmar como te gustaría que ésta fuese y hacerla,
poquito a poquito, realidad. Clic.
Explícamela. Grítala. Permítetelo. Tú
la decides; lo hacemos día a día los dos. A nuestro aire. Pero no la escondas bajo la alfombra. Desvívete
por vivirla, aunque levante polvo por haberla sacudido con el tesón de un sueño. Hoy y ya. Porque te lo
mereces y ahí está, dispuesta a que le desabroches el cinturón de seguridad. Clic.
Deja que fluya o cámbiala: pero no la esperes sin pretender que no te despeine
ni cambie en algo la perspectiva de tu forma de pensar. Ve a buscarla sin
dudarlo, o mejor, deja que te encuentre mucho más. Atrápala o déjate atrapar. Siempre de frente aunque hoy
vayas de culo. Que más da. Que el tiempo vuela pero la cabina del piloto, no está vacía.
Recuerda: estás tú para pilotar.
Así que si te vienes conmigo, te esperaré en el
aeropuerto, pero sólo si estás dispuesto a viajar. ¿Dónde? A mis destinos preferidos: viajes de ida, sin vueltas atrás.
Clic.