Hoy leyendo el suplemento de un periódico
me ha atrapado una imagen singular. A pesar de haber viajado hace cierto tiempo
a Noruega y haber disfrutado unos días en Oslo y visitado alguno de sus fiordos, me ha
sorprendido la foto de una roca encajada
en una grieta en el borde de una montaña, concretamente en Lysefjorden Kjerag, situada a
más de 1100 metros de altura sobre el mar y en un espacio no mayor a 5 m³.
Se trata de la roca Kjeragbolten o Perno de Kjerag y a pesar de
ser considerada como reclamo turístico portador de buena suerte a quien
camine por ella, deja sin aliento tán solo imaginarse posado un segundo. Este fiordo y el Kjerag se hallan a unos setenta kilómetros al este de Stavanger. Para subir se tarda unas dos
horas y media y el último tramo, no se encuentra a nivel, lo que
precisa de un “pequeño saltito de nada” para acomodarse en su cima.
Tal vez me ha atrapado esta
imagen porque resume a la perfección la situación de la mayoría de personas
sumidas en esta crisis a terceros, provocada por especuladores que deciden si
la roca debe caer o no con el mayor número posible de personas encima. Cada
mañana muchos empresarios como yo, subimos a esa roca con la esperanza de que
siga firme y no genere los peligros lógicos del desgaste del día a día. Muchos
han abandonado o han saltado del pedrusco que les mantenía firmes por miedo a
la caída, al descalabro o por mero cansancio.
Otros seguimos con la mochila lo
menos cargada posible, con la adrenalina variable, y con la fe cada vez menos
ciega de creer que todo esto debe
cambiar, con los consabidos mareos aprendidos de que tal vez cuando volvamos a iniciar el
camino, la roca nos haya abandonado para dar paso a un puente estable, sin
pájaros carroñeros dispuestos a jugar con los bolsillos de aquellos que
nunca vivieron por encima de sus posibilidades, de políticos infames metidos a
banqueros infectos, de primas de riesgo abultadas sometidas a cancilleres alemanes, de
desahucios inaceptables de esperanzas, de pensiones vitalicias indignas por el mero hecho de dejar
de prestar servicio a un pueblo a costa del propio pueblo, de recortes sobre recortes para
afectar a la educación de nuestras generaciones venideras y a la salud de
nuestras generaciones anteriores, de una nación valiente ahogada por otro país vecino que amenaza con un rescate cautivo, de la sombra de una monarquía vetusta y sin sentido, que actúa
como el lujo de una democracia creada por aquellos que ahora deberán ser hipotecados para el resto de sus descendencias y tergiversada por
aquellos que se erigen como la voz de un pueblo jadeante y convierten la reencarnación
de Kikazaru, Mizaru y Iwazaru en un solo ente mezquino y desalmado capaz de no
ver la realidad con la empatía necesaria, de no escuchar la voz de aquellos que
confiaron sus destinos en dosificadas decisiones hoy disparatadas, y que insisten en seguir hablando el idioma, tediosamente universal, de la letra pequeña.
Imaginad por un momento que dejais de subir a esa roca, cerrad los ojos y soñad que un día esto va a cambiar. Necesita cambiar. Si
conseguimos entre todos que suban al peñasco ese tipo de alimañas, tal vez
cuando estén todas encima de él, apretujadas y sudorosas, el peso de su desvergüenza,
cinismo y desfachatez provoquen la caída irremediable y los vencidos de hoy
serán los invictos del mañana.
Buenas noches.
PD. No he podido dejar de pensar, viendo la imagen, en la película "127 horas" y la lucha de Aron Ralston,
basada en un hecho real, justo en el momento de que su brazo queda
inmovilizado por el desprendimiento de una roca en un cañón aislado de
Utah. Nunca más he descendido un barranco sin pensar en ello. No obstante, ejecuta un claro ejemplo de supervivencia, apta para cualquier tiempo de crisis.