¿Dónde están las líneas maestras y los claros referentes cuando nos invade
una sensación intachable de inseguridad y desconcierto? ¿Dónde quedó el patrón que
respondía impasible a cualquier pregunta con total certeza y sin pestañear? Tal vez las circunstancias
tengan la culpa de ello, y es que un halo es suficiente para alterar la composición
química de cualquier fórmula de éxito y porque no, también de fracaso. Un solo
segundo varía los hechos y los pone patas arriba. Todo puede cambiar y cuando
la mente se obstina a querer controlar los datos para cimentar los huecos de su
retorcida estructura, surge el autoengaño: la queridísima metadona. Alguien dijo que la inteligencia se mide por la cantidad de
incertidumbre que se es capaz de sostener. Y es que la incertidumbre no suele
acomodarse relajada en los pensamientos asentados de una sola realidad
imperturbable. Aquello efímero y vulnerable suele ser su comida preferida a pesar
de las indigestiones. Cuestionar las certezas, asumir riesgos y cruzar umbrales
de lo desconocido para desaprender lo aprendido y aprender aquello que está todavía por aprender. Esa es una receta que aborrece los fast-foods azucarados, porque suele necesitar
de experiencias que no se conforman simplemente con sus teorías. Se alimenta de
la ausencia de mapas, puesto que los territorios descritos pueden quedar obsoletos y necesitarán actualizarse a base de vivencias online. Ello no conlleva
romper con todos los pilares que hemos ido forjando a lo largo de nuestros
pasos, ni despedazar sin más cualquier estructura o esquema que nos ha dado
apoyo y cobijo tiempo atrás, sino flexibilizarlos, ampliarlos, revisarlos,
modificarlos. Oxigenarlos a pesar de la confusión y el miedo. Operar bajo el temor de no
controlar el siguiente paso o aceptar su incertidumbre: esa es la elección.
Tomar las riendas o dejar que la ansiedad se apodere de las microdecisiones que
tomamos a diario. No se trata de desoír la vocecilla que alerta del siguiente
peligro, sino de aceptar que la amenaza puede y debe acompañarnos, pero sin tomar jamás el papel protagonista de nuestra historia.
Un final puede dar sentido a una historia y para ello, casi siempre el tiempo pretende acudir, raudo, como un reparador antiarañazos milagroso. Pero no es suficiente: nadie encajará las
piezas por arte de biribirloque sin más: los puntos hoy inconexos se irán uniendo hasta
encontrar su sentido pleno. Pero para ello es vital confiar que así será. Desde hoy
mismo. Crea algo aunque te parezca una locura sin sentido, invita a la
incertidumbre a que no se lo pierda (acomódala en primera fila) y con el tiempo se hilvanará algo que hoy
no eres capaz de imaginar siquiera. Pero mientras eso ocurre, no te obstines
con el resultado, no pretendas simplificar la ecuación a primeras de cambio para resultar un brillante matemático.
No hay nada que tema más el miedo que la anticipación del presente. Él ahora te
pertenece a ti y en él dispones hoy de elementos abarcables. Úsalos,
aun sabiendo que ya los tienes. Tenlos en cuenta, no estás solo; compártelos. No te
abandonarán en la primera cuneta por tus
imperfecciones o confusiones. Créeme, las aman desde tiempos pretéritos. Discute con la realidad immediata, no la
controles y pierde, si es necesario. Disfruta del trayecto y no de alcanzar
sus destinos de pulsera todo-incluido; aunque no lleves la ropa adecuada para ello. ¿Quién dijo que había que
ir vestido?. Solo así, traspasar esta maldita incertidumbre será posible. Si confías en ello
a ciegas sin querer mirar por el rabillo del ojo "por si", crees, y entonces creas retos
en los que aprenderás mucho más que el sólo amedrentar en ese espacio de confort que
adolece de intensidades y que adora el prêt-à-porter. Confieso que nunca tuve tanta incertidumbre como hoy en día y me felicito a solas por ello. Algo se avecina...
¿Estoy loco?. Creo que eso ya me lo diagnosticaron hace tiempo.