Hace tiempo juzgué precipitadamente que comprendía, a conciencia, la matriz de Steven Covey, aquella que atiende a discernir entre lo urgente, lo importante y aquello que no es ni una cosa ni la otra. Vamos, ni chicha ni limoná. Hoy manifiesto una profunda incontinencia a las urgencias y las creo todas ellas no menos importantes, justo en el momento en que percibo tu latido acercarse, crecerse y ardiente, abrazarse al mío.
Y es que …
Siento urgente ese segundo en el
que mi deseo me dispara contigo al espacio exterior, sin gravedades newtonianas, ni trajes ajustados resistentes al fuego,
ni tampoco aferrado a otra órbita más absorbente que la provocada por el oxígeno de una carcajada alocada y
rebelde, junto al mismo pinchazo abrasador que penetra el universo infinito de tu
piel volcada en la mía.
Siento urgente esa caricia profunda
en tu pelo mojado y ese beso anticongelante de mirada sostenida, porque nos ahorra el
despliegue ya obsoleto de un discurso entrecortado y abatido por silencios denostados
y dispara cruel, a bocajarro y sin bala de fogueo, a dos almas desnudas que
aprendieron a vivir sin chaleco antilatidos.
Siento urgente fundir nuestros
polos, que se atraen ya sin importarles para nada su signo, cautivados por el imán sin brújula de
unos cuerpos celestes que emanan luz propia cuando estallan en cualquiera
de sus fases y así, juntos y estremecidos, poder elevarlos tan arriba, tan arriba, tan arriba, que les sea
del todo imposible no pincharse, desconcertados y lúbricos, con mi luna y tus lunares.
Siento urgente despellejarnos vivos
por si hay que mudar de repente de piel y desbordarnos hacia los límites de un precipicio
llamado apetito, vacío de flechas sinsentido y de giros hacia atrás. Aspiro a persistir enérgico y latente al
miedo que nos guía a través de refugios y atajos, para calar en lo más hondo de
nosotros mismos y joderlo a través de un riesgo con un sentido letal para bebernos su incertidumbre, en
pequeños sorbos de frasco cristalino, mientras brindamos por ella por
haberse tomado la molestia de haber venido con los bolsillos vacíos y largarse
con los suspiros llenos.
Siento urgente llegar a ser felices por
accidente y eternos por casualidad, a hacernos el amor encima en una esquina sin balcones, con descaro y obscenidad, sin pañales
desechables ni sábanas limpias de terciopelo sin usar. Pirárselas hoy a intervalos para encontrarnos mañana y
encontrarnos mañana para pirárselas hoy a indefinido. Y así dilapidar, juntos y revueltos o revueltos y juntos, qué más da, el tiempo en banalidades y torpezas,
aunque sea sólo para eso, para perder de una vez por todas al maldito tiempo de vista, ya sea por astigmatismo crónico o por mercenaria crueldad.
Siento urgente que de tanto
necesitarte no te separes ya ni un segundo más de mí y que con el propio pellizco indeleble
de nuestros carnés de identidad, nos sea suficiente para distinguir nuestros
anhelos con tan sólo levantar un párpado y esbozar un aliento, y bajarnos, subversivos, en
la próxima parada de un pálido tren de cercanías para subirnos a ese otro de largo
recorrido, sin parada alguna más allá que la de una estación próxima que se llame nosotros.
Siento urgente gritar tu esencia por completo, con su nombre y apellidos,
en el altavoz local de mi deseo, minutos antes de que salgas sonriente al recreo y minutos después
de haber despeinado tu intimidad en mi más húmedo pensamiento. Sueño con contarte un cuento, sin
colorín ni colorado, antes de conciliar tus mejores sueños y ansío tener un vis a
vis al atardecer con tu ropa íntima, para expresarle a grito pelao la envidia insana que le siento por como coquetea con tu
cuerpo.
No sigo porque ya me sabes. No
sigo porque me conozco.
Y es que …
Tal vez no sabré expresarlo hoy de
otro modo.
Pero …
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