Este verano acudí al estreno de la película White Noise 2: La Luz con cierta esperanza, pues la primera entrega en 2005, dirigida por Geoffrey Sax y protagonizada por el desaprovechado Michael Keaton me supo a poco y la posibilidad de traspasar las fronteras de la muerte en el ámbito de celuloide siempre me ha interesado (Flatliners, Destino Final). La película pretende jugar de nuevo con el concepto de los fenómenos electrónicos de voz, FEV, método utilizado para captar y registrar las voces de los muertos a través de aparatos electrónicos, aunque le dan un giro inesperado y hablan más de las ECM o experiencias cercanas a la muerte que de otra cosa.
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¿Que aporta de nuevo esta secuela? NADA. Me aburrí hasta la saciedad. En el minuto 12 de la película ya quería abandonar la sala de cine pues estimé que el timo estaba servido, pero como tampoco tenía mucho que hacer y el periodo vacacional relaja las neuronas, le di una segunda oportunidad a mi arrebato. El argumento quiere enganchar en todo momento a partir del don que adquiere el protagonista y que le permite salvar a personas que están al borde de la muerte, a pesar de que después ello le conllevará trágicas consecuencias. Tria mera, quédense con estas palabras. ¿Y que más? POCO MÁS. La película parece sacada de un capítulo de Entre Fantasmas con peor resultado: telefilm soporífero, terror de serie B, espíritus de pastel, un tal doctor Karras (símil con el padre del Exorcista?), diálogos penosos, aburrimiento subyacente, sobresaltos previsibles ayudados por el volumen de la música (mísero truco), carcajadas en la sala. No hay duda, la película podría haber sido lanzada directamente a DVD sin ningún problema o en una de las tardes del domingo en Antena 3 para echar esa agradable cabezadilla mientras se oye la tele de fondo.
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