No por nada y casi por todo; hemos vuelto porque
tal vez jamás nos fuimos. Esa es la primera sensación que emana de un regreso
por la puerta chica, sin laureas de grandes públicos ni repentinos aplausos vitoreados.
Jamás amé los excesos gratuitos ni las multitudes exacerbadas. Me irritan. Y
tal vez porque cuando uno vuelve, espera encontrarse todo más o menos
como estaba. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Nos fuimos para
dejarnos atrás, para descubrirnos otra vez, abrirnos en canal, vaciarnos, sorprendernos,
equivocarnos, aprendernos, reinventarnos, intuirnos y así lo hemos hecho. Hemos
explorado nuevos terrenos; algunos necesitan todavía que les tomemos confianza,
que nos atrevamos a adentrarnos en sus dominios con el respeto y no con el
miedo, con la prudencia pero no con el letargo. Otros no pudieron ser porque no
era todavía su momento y no había que precipitarlos al vacío sin más, pero se
comprendió la bondad de su semilla, y otros jamás volverán porque dejaron de
proveernos del oxígeno vital ya necesario para alimentar nuestros anhelos.
Hemos viajado desnudos en las luces y también despojados en las sombras.
Ligeros de equipaje, como nos gusta, para subrayar que de las sombras emergen a
menudo las grandes luces y que en las luces a veces puede acontecernos la más
terrible de las asfixias.
Aprendimos que un contrapunto no tiene porque ser
un punto en contra, distinguimos la sutil diferencia entre relojes consentidos
y un tiempo con sentido y resolvimos que mudar de piel no es exclusivo de reptiles ni artrópodos. Aflojar las marchas propias siempre debe servir para
contemplar el viaje con serenidad, lejos de aspavientos desgarradores y de retrovisores empañados por la nostalgia, sabidos de que a veces es necesario
permanecer inmóvil para acontecer los grandes conocimientos y beber de ellos,
aunque sea a cuentagotas y no nos sacien del todo la sed. Pero de nada sirven las prisas si no se atiende a los
pasos. Y es que solemos vestir nuestra esencia más lúcida con las vestiduras de
la razón más inquietante, siendo perfectas víctimas de los panfletos costumbristas más
apocalípticos, y muchas veces la esencia, para serlo, tan solo necesita
expresarse de otro modo: de una mirada a tiempo, de un abrazo de última hora o
de una sonrisa capaz de partir en dos un témpano de hielo. Esos suelen ser sus argumentos más contundentes. Los que a mí me valen.
También los más nítidos: jamás engañan porque no aprendieron a mentir en ninguna escuela.
SÍ. Hemos vuelto para explorar esos terrenos,
porque no nos compensaba llenarnos las manos otra vez de lo que ya habíamos
vivido, sino que preferimos volver con ellas medio vacías, para deducir que
debía ser así si queríamos llenarlas de lo que todavía nos queda por compartir, que es mucho.
Nos adentraremos pues en ellos con la provocación y el descaro presentes ya en la
mochila de las grandes oportunidades, con la valentía y el sosiego necesarios
para caminarlos sin caer en la tentación de transitarlos por encima sin
más. Nos ensuciaremos y nos mojaremos, esta vez de pies a cabeza. Claro que sí. Sólo así abriremos el capítulo de un año
que aunque se presente esquivo y absorbente como pocos, deberá dotarse de la
capacidad de crear espacios suficientes, por mucho que hoy nos parezcan pequeños. Y si perseveramos, si actuamos, pronto ensancharán nuestros sueños. Porque creo en ellos, y
sobretodo ... creo en nosotros.
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