La primera vez que leí a Kafka, lo hice a escondidas. Era como leer un libro prohibido, como profanar los pensamientos de uno de los escritores más renombrados del siglo XX y del que desconocía su obra por completo. Tal vez por ello profundicé en la Metamofosis como un niño que descubre por primera vez el mar, nada sin saber si la orilla se le está quedando demasiado atrás y una vez dado por hecho que la distancia es casi infinita, no quiere volver hacia atrás. El riesgo mereció la pena. La disfruté tanto que no me importó descubrirme insecto una vez acabada mi lectura a la vez que Gregorio Samsa. Ya estaba pensando en una segunda obra. Y le llegó el turno a Carta al Padre. Sublime. Después llegaron El Proceso, Amerika, Cartas a Milena y la biografía de Max Brod a Franz. Todavía me queda mucho por descubrir en este universo kafkiano en el que me siento tan a gusto. De momento, sírvanse de unas fotos a título de homenaje, en las que pretendí seguir las huellas de Franz Kafka en mi viaje a Praga. Una forma de recorrer una de las ciudades con más encanto de Europa bajo otra perspectiva.
En Praga existirán más de veinte lugares relacionados directamente con Franz Kafka. El punto de partida es su casa natal, en el número 5 de la calle U Radnice, donde en los años sesenta fue desvelado un relieve con el rostro del escritor. Actualmente se puede admirar allí una pequeña exposición permanente sobre su vida y obra. Kafka nació el 3 de julio de 1883 en este viejo edificio situado en el límite del ghetto judío de Praga, a dos pasos de la iglesia rusa ortodoxa de San Nicolás. Se le dio el nombre de Franz en honor al emperador Francisco José I.
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