El niño de un pueblecito griego tenía que ir a la escuela de un pueblo vecino, a una hora de camino a pie. Su madre le llevo el primer día de clases y para llegar a tiempo salieron de su casa al amanecer. Cuando habían recorrido apenas 300 metros, el niño olvidó el propósito de aquella excursión y quedo abstraído ante su propia sombra, que hacía que el niño se sintiera un gigante de 30 metros de altura.
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De pronto, la madre se detuvo y mirándole directamente a los ojos le aconsejó: No contemples tu sombra al amanecer, hijo... mírala sólo al mediodía.
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