lunes, 31 de marzo de 2008

LAS NíNFULAS DE NABOKOV


En una entrevista a Vladimir Nabokov sobre Lolita, uno de los libros que más me impresionó en mi cada vez más alejada juventud alocada, éste afirmaba lo siguiente y no puedo estar más de acuerdo con sus declaraciones :

"... Y es muy interesante plantearse como hacen ustedes los periodistas, el problema de la tonta degradación que el personaje de la nínfula que yo inventé en 1955 ha sufrido entre el gran público. No sólo la perversidad de la pobre criatura fue grotescamente exagerada sino el aspecto físico, la edad, todo fue modificado por ilustraciones en publicaciones extranjeras. Muchachas de 20 años o más, pavas, gatas callejeras, modelos baratas, o simples delincuentes de largas piernas, son llamadas nínfulas o "Lolitas" en revistas italianas, francesas, alemanas, etc. Y las cubiertas de las traducciones turcas o árabes. El colmo de la estupidez. Representan a una joven de contornos opulentos, como se decía antes, con melena rubia, imaginada por idiotas que jamás leyeron el libro..."

Os recomiendo el libro de Ariel Dilon "Vladimir Nabokov y las lecciones de literatura" en el que se tratan los fundamentos del «arte de leer» de Nabokov internándose en las obras maestras de la tradición literaria occidental, desde Cervantes hasta Joyce, desde Dickens y Gogol hasta Chejov, Kafka y Proust. Una delicia.


Un extracto del que para mí es el mejor fragmento, a la par que polémico, de la novela de Nabokov y del que se han hecho dos versiones de la misma en el celuloide (muchísimo mejor la primera con James Mason y Shelley Winters de Stanley Kubrick, que tuve la suerte de revisar este sábado pasado en Td8):

"Entre los límites de los nueve y los catorce años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino nínfica (o sea demoníaca); propongo llamar «nínfulas» a esas criaturas escogidas.

¿Son nínfulas todas las niñas? No, desde luego. De lo contrario, quienes supiéramos el secreto, nosotros, los viajeros solitarios, los ninfulómanos, habríamos enloquecido hace mucho tiempo. Tampoco es la belleza una piedra de toque; y la vulgaridad –o al menos lo que una comunidad determinada considera como tal– no daña forzosamente ciertas características misteriosas, la gracia letal, el evasivo, cambiante, trastornador, insidioso encanto mediante el cual la nínfula se distingue de esas contemporáneas suyas que dependen incomparablemente más del mundo espacial de fenómenos sincrónicos que de esa isla intangible de tiempo hechizado donde Lolita juega con sus semejantes. Dentro de los mismos límites temporales, el número de verdaderas nínfulas es harto inferior al de las jovenzuelas provisionalmente feas, o tan sólo agradables, o «simpáticas», o hasta «bonitas» y «atractivas», comunes, regordetas, informes, de piel fría, niñas esencialmente humanas, vientrecitos abultados y trenzas, que acaso lleguen a transformarse en mujeres de gran belleza. Si pedimos a un hombre normal que elija a la niña más bonita en una fotografía de un grupo de colegialas o girl-scouts, no siempre señalará a la nínfula. Hay que ser artista y loco, un ser infinitamente melancólico, con una burbuja de ardiente veneno en las entrañas y una llama de suprema voluptuosidad siempre encendida en su sutil espinazo (¡oh, cómo tiene uno que rebajarse y esconderse!), para reconocer de inmediato, por signos inefables –el diseño ligeramente felino de un pómulo, la delicadeza de un miembro aterciopelado y otros indicios que la desesperación, la vergüenza y las lágrimas de ternura me prohiben enumerar–, al pequeño demonio mortífero entre el común de las niñas; y allí está, no reconocida e ignorante de su fantástico poder.

Además, puesto que la idea de tiempo gravita con tan mágico influjo sobre todo ello, el estudioso no ha de sorprenderse al saber que ha de existir una brecha de varios años –nunca menos de diez, diría yo, treinta o cuarenta por lo general y tantos como cincuenta en algunos pocos casos conocidos– entre doncella y hombre para que este último pueda caer bajo el hechizo de la nínfula. Es una cuestión de ajuste focal, de cierta distancia que el ojo interior supera contrayéndose y de cierto contraste que la mente percibe con un jadeo de perverso deleite."

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tienes toda la razón, yo digo más, muy poca gente en este mundo, sabe captar todas las ironías que contiene Lolita

Mephisto dijo...

Una novela y una revisión del film en una época relativa permisividad. Un juego de palabras y de imágenes que en ambos casos consiguen algo más que escandalizar, provocar y es el generar la reflexión, romper los moldes del conservadurismo y establecer el límite perfecto entre el buen gusto y el erotismo sin añadidos.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Oh, nínfulas. Niñas del Bien y del Mal, de Dios y el Demonio; ustedes que tienen, como todo, su dualidad. Niñas agraciadas y desgraciadas que con su existencia hacen del mundo un lugar mejor o más lúgubre e inhospito. La mayoría de los hombres las adoran, nínfulas, pero no saben que en su dualidad, existen las que no son malvadas, esas que no viven para su propia vanidad.

Desde que una niña de cuatro años puede rechazar a un hombre con una mirada de desconfianza, desde los cuatro años, HE DICHO, 4 años, son unas malditas. Por el contrario, las niñas que saben que están para hacer el bien. Que saben, instintivamente, que su misión, aquí en la Tierra, es ayudar al Hombre, a esos hombres que han caído en un vacío existencial, a seguir su camino, a recuperar la fe en Dios (la vida); niñas hermosas desde los cuatro años hasta los 12 (el fin de su estado natural como nínfulas) que, con una mirada y una sonrisa, enternecen y vulneran a los hombres más recios; niñas que se acercan mansamente para caer en los brazos masculinos de alguien atormentado, necesitado de amor, de compasión… niñas interesadas en el aprendizaje intelectual, que no reprimen su sexualidad, que se dejan llevar por el romance del momento, a tan corta edad; esas son el camino a la Redención de nosotros, los hombres. Nínfulas del Bien que se complementan con los que sienten amor por las niñas. Porque una niña es una nínfula y una redentorcita a la vez, y sólo ella decide qué es lo que desea ser. Oh, redentorcitas, ¿dónde están? El mundo sufre, los hombres temerosos de Dios (la vida), esos que desean una simple compañía que alivie su enfermo y solitario corazón, sufren, sin ustedes…