Presidiendo el horizonte de la ciudad de Praga, a lo alto, se alza la vista de la fortaleza de Praga. En lo alto de la colina con sus mil ventanas y agujas, impera la catedral de San Vito (patrono de los epilépticos) en su centro. Kafka y su hermana Ottla arrendaron una casita en el N.º 22 de la calle de los alquimistas, en pleno corazón del castillo. La visita de la casita azul, casi de juguete, con un sótano y una buhardilla fue entrañable. La casita posee una bellísima bodega con una ventana que da al Foso de los Ciervos. A la bodega y también a la buhardilla se entra por medio de una empinada escalera. En este lugar salieron a la luz, a finales de 1916, importantes textos, entre los que se encuentran aquellos relatos publicados en 1920 en la colección Un medico rural.
Zlata ulicka, nº 22, Praha 1.
Allí tuve una pequeña conversación (en inglés macarrónico), aunque muy amena con la mujer que atiende una pequeña libreria de los escritos más relevantes de Kafka. A mediados de 1916, después de pasar unas vacaciones junto a su antigua novia Felice en Marienbad, Kafka cruzaba el puente de Carlos y subía desde la ciudad hasta el castillo, al atardecer, para encerrarse en este estudio a escribir. Y al anochecer, casi al amanecer muchas veces, rendido, se oían las pisadas del escritor sobre los empedrados brillantes de rocío volviendo a casa, en la Escalinata antigua del Castillo con unos escalones que parecen sacados de un cuento propio de la literatura de Edgar Allan Poe.
La escalinata de descenso hacia la Ciudad Vieja de Praga
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